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Masonería Oro


El Ángel Pordiosero
Era una vez que una pobre mujer ayudó a un ángel disfrazado de pordiosero, dándole de comer cuando otras personas le habían echado cuando este tocaba la puerta y hasta algunos lo habían humillado.
Cuando se retiró de la casa de la mujer, el ángel le dijo:
- Mañana, procura realizar tu primera tarea durante todo el día, sin descansar.
Ella pensó que era una extraña la forma de mostrar agradecimiento, pero luego olvidó el asunto.
Al día siguiente un hermano masón trajo a la mujer un pequeño carrete de hilo de oro y le pidió que le bordara en un mandil la letra “G” en medio de la escuadra y el compás, pues bordar era su trabajo, cuando no conseguía tener otro.
Entonces ella comenzó de poco en poco a desenrollar el hilo de oro y bordó la letra “G” en aquel bello mandil masónico.
Cuando terminó de bordar a oro, vio que tenía aún más hilo de oro en el carrete de que cuando había comenzado su trabajo.
Cuanto más desenrollaba el hilo de oro, más hilo aparecía en el carrete. Bordo delicadamente la escuadra y el compás y ribeteó todo el mandil inclusive, así todo el día y la noche pues tenía una gran cantidad de oro. Por tradición, era un acuerdo que el hilo restante pertenecía a la bordadora.
Al otro día el hermano masón quedó impresionado que aparte de la letra “G” como era lo acordado la costurera hubiera bordado aún más de la cuenta en aquel mandil, le agradeció dándole como propina tres monedas de oro más de lo acordado que sería su paga. El hermano masón no se explicaba cómo era que aquel pequeño carrete de hilo de oro hubiera rendido tanto, y más que el mandil había quedado realmente más bello de lo que él esperaba.
La mujer costurera vendió el hilo de oro sobrante y con el dinero puede reconstruir su casa y amueblarla, así como establecerse con un buen negocio.
Como es natural, los vecinos sintieron curiosidad y ella les contó cómo había cambiado su suerte y cómo todo había sucedido.
Un tiempo más tarde, un mercader de un pueblo vecino vio y reconoció por la descripción de aquella mujer bendecida por un ángel , al pordiosero con poderes mágicos, de la que la mujer costurera le había hablado y lo invitó a su casa. Se mostró con el Ángel con una gran hospitalidad, imitando la forma de actuar de las personas generosas, extremando incluso sus atenciones.
Pensaba: "Espero que ahora me toque algo a mí de recompensa... Y, por supuesto, a todos los de este pueblo". Agregó una segunda intención porque, a pesar de ser codicioso, imaginó que ser reconocido por los demás obtendría algo para sí, pero no obstante, estaba imitando la caridad, porque no pensaba que el bien de los demás equivalía a su propio bien, salvo con una idea posterior; pero para él las cosas resultaron diferentes de cómo fueron a la mujer caritativa.
Cuando el Ángel disfrazado de pordiosero estaba a punto de partir fue cuando el mercader le exigió:
- Concededme una gracia, como aquella mujer costurera.
- No hago así las cosas - dijo el Ángel Pordiosero- pero deseo que tu primera ocupación de mañana te dure para ti toda una semana de abundancia.
El Ángel Pordiosero continuó su camino y el mercader se dirigió a sus labores, con la mente en la palabra del ángel que era “Abundancia”, donde se proponía al día siguiente hacer la misma ocupación toda la semana como lo había dicho el ángel.
Al día siguiente al atravesar su propio patio, el mercader se detuvo para beber agua del pozo. Tan pronto como subió el primer balde lleno, se sintió obligado a extraer otro y otro más y así continuó durante toda una semana, sacando agua del pozo.
Nadie podía detener al hombre que extraía más y más agua del pozo, así el agua inundó su casa, luego la de sus vecinos y finalmente todo el pueblo se inundó, provocando la ruina ...
La moraleja de este cuento es que no hagas las cosas buscando una recompensa, sino que las hagas simplemente por vocación de servicio.
Alcoseri
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